Cuando llegamos a este mundo es
irremediable encontrarnos en situaciones agradables y desagradables. Estas
últimas nos encojen el corazón, nos hacen sentir vulnerables, asustados y
paralizados por nuestros miedos.
Desde que somos bebes lloramos reclamando atención, por frio, hambre, mal estar… Algo que nos resulta imposible de comunicar de otra manera que no sean las lágrimas, y sin embargo no dejamos de ser niños cuando nos creemos adultos.
La incomprensión, la injusticia que sentimos, somos incapaces de hacerlas entender a todos los demás, cuyos esquemas mentales ya están endurecidos por banalidades, costumbres, materialismos y apariencias. Esto es algo realmente frustrante.
Por mucho que hayas profundizado en ti mismo, por mucho que hayas conquistado esa libertad que todos poseemos, terminamos viéndonos enjaulados en los estereotipos de una sociedad cuya cultura no se fundamenta en nada, salvo en todo lo que arrastramos, porque sencillamente nos lo han contado, convencidos de enseñar lo que nos enseñaron.
Elegimos entonces seguir la misma senda, por miedo a sentirnos solos y terminamos haciendo lo mismo que los demás. Dejamos espacio en nuestras vidas a la falsedad, la apariencia, y los prejuicios.
Somos seres sociales, pero con ideas e inquietudes que hemos despertado gracias a las circunstancias que cada uno vive o ha vivido, que han acompañado nuestro vuelo de manera individual.
Ser sociables se fundamenta principalmente en el respeto con los otros y desde nosotros mismos, entendiendo que no todos podemos sentir ni pensar igual. Es primordial ser capaces de respetar y enriquecerse de una sana convivencia aceptando lo que otros sienten y piensan, pues todos han tenido sus particulares y personales oportunidades de vivir, de preguntarse, de decidir, y nunca, nunca podrán ni podremos actuar, pensar, sentir, vivir por los demás.
Tal vez puedas adornarte con las plumas de otros, pero no puedes volar con ellas y hasta que no te calzas sus zapatos no puedes valorar su recorrido.
Desgraciadamente otros planetas que si coexisten en nuestro mismo sistema, se ven perjudicados por tu gravedad, te lo dejan ver, para que lo sepas, y es cuando te sientes culpable, responsable de ser diferente, de vivir diferente, de sentir diferente, de dañar a quien no entiende que existen los eclipses. Que es inevitable cruzarse, interponernos unos delante de otros, creando interferencias de comunicación y entendimiento.
Tener miedo es algo considerado muy humano, es algo innato y en favor de nuestra supervivencia como especie, pero debemos preguntarnos a que, y porque, pues solo el hecho de saberse incomprendido no te hace sentir precisamente especial, sino abandonado en un mundo que ves de forma diferente a como lo ven los demás, o la gran mayoría, y se pagan con creces las consecuencias de no saber expresar, comunicar, esa inquietante sensación de frio, sintiéndote tremendamente solo y absorbido por un agujero negro que te aleja de todo y de todos.
Desde que somos bebes lloramos reclamando atención, por frio, hambre, mal estar… Algo que nos resulta imposible de comunicar de otra manera que no sean las lágrimas, y sin embargo no dejamos de ser niños cuando nos creemos adultos.
La incomprensión, la injusticia que sentimos, somos incapaces de hacerlas entender a todos los demás, cuyos esquemas mentales ya están endurecidos por banalidades, costumbres, materialismos y apariencias. Esto es algo realmente frustrante.
Por mucho que hayas profundizado en ti mismo, por mucho que hayas conquistado esa libertad que todos poseemos, terminamos viéndonos enjaulados en los estereotipos de una sociedad cuya cultura no se fundamenta en nada, salvo en todo lo que arrastramos, porque sencillamente nos lo han contado, convencidos de enseñar lo que nos enseñaron.
Elegimos entonces seguir la misma senda, por miedo a sentirnos solos y terminamos haciendo lo mismo que los demás. Dejamos espacio en nuestras vidas a la falsedad, la apariencia, y los prejuicios.
Somos seres sociales, pero con ideas e inquietudes que hemos despertado gracias a las circunstancias que cada uno vive o ha vivido, que han acompañado nuestro vuelo de manera individual.
Ser sociables se fundamenta principalmente en el respeto con los otros y desde nosotros mismos, entendiendo que no todos podemos sentir ni pensar igual. Es primordial ser capaces de respetar y enriquecerse de una sana convivencia aceptando lo que otros sienten y piensan, pues todos han tenido sus particulares y personales oportunidades de vivir, de preguntarse, de decidir, y nunca, nunca podrán ni podremos actuar, pensar, sentir, vivir por los demás.
Tal vez puedas adornarte con las plumas de otros, pero no puedes volar con ellas y hasta que no te calzas sus zapatos no puedes valorar su recorrido.
Desgraciadamente otros planetas que si coexisten en nuestro mismo sistema, se ven perjudicados por tu gravedad, te lo dejan ver, para que lo sepas, y es cuando te sientes culpable, responsable de ser diferente, de vivir diferente, de sentir diferente, de dañar a quien no entiende que existen los eclipses. Que es inevitable cruzarse, interponernos unos delante de otros, creando interferencias de comunicación y entendimiento.
Tener miedo es algo considerado muy humano, es algo innato y en favor de nuestra supervivencia como especie, pero debemos preguntarnos a que, y porque, pues solo el hecho de saberse incomprendido no te hace sentir precisamente especial, sino abandonado en un mundo que ves de forma diferente a como lo ven los demás, o la gran mayoría, y se pagan con creces las consecuencias de no saber expresar, comunicar, esa inquietante sensación de frio, sintiéndote tremendamente solo y absorbido por un agujero negro que te aleja de todo y de todos.
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