Ítalo Calvino en París 1981 por Sophie brassouls
corbis
Había un pueblo donde todos eran ladrones. A la noche
cada habitante salía con la ganzúa y la linterna, e iba a desvalijar la casa de
un vecino. Volvía al alba y encontraba su casa desvalijada.
Y así todos vivían en amistad y sin lastimarse, ya que
uno robaba al otro, y éste a otro hasta que llegaba a un último que robaba al
primero. El comercio en aquel pueblo se practicaba sólo bajo la forma de estafa
por parte de quien vendía y por parte de quien compraba. El gobierno era una
asociación para delinquir para perjuicio de sus súbditos, y los súbditos por su
parte se ocupaban sólo en engañar al gobierno.
Así la vida se deslizaba sin dificultades y no había
ni ricos ni pobres.
No se sabe cómo ocurrió pero en este pueblo se
encontraba un hombre honesto. Por la noche en vez de salir con la bolsa y la
linterna se quedaba en su casa a fumar y leer novelas.
Venían los ladrones, veían la luz encendida y no
entraban.
Esto duró poco pues hubo que hacerle entender que si
él quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para no permitir que los
demás lo hicieran. Cada noche que él pasaba en su casa era una familia que no
comía al día siguiente.
Frente a estas razones el hombre honesto no pudo
oponerse. Acostumbró también a salir por las noches para volver al alba, pero
insistía en no robar. Era honesto y no quedaba nada por hacer. Iba al puente y
miraba correr el agua. Volvía a su casa y la encontraba desvalijada.
En menos de una semana el hombre honesto se encontró
sin dinero, sin comida y con la casa vacía. Pero hasta aquí nada malo ocurría
porque era su culpa: el problema era que por esta forma de comportarse todo se
desajustó. Como él se hacía robar y no robaba a nadie, siempre había alguien
que volviendo a su casa la encontraba intacta, la casa que él hubiera debido
desvalijar. El hecho es que poco tiempo después aquellos que no habían sido
robados encontraron que eran más ricos, y no quisieron ser robados nuevamente.
Por otra parte aquellos que venían a robar a la casa del hombre honesto la
encontraban siempre vacía. Y así se volvían más pobres.
Mientras tanto aquellos que se habían vuelto ricos
tomaron la costumbre también ellos, de ir al puente por las noches para mirar
el agua que corría bajo el puente.
Esto aumentó la confusión porque hubo muchos otros que
se volvieron ricos y muchos otros que se volvieron pobres.
Los ricos mientras tanto entendieron que ir por la
noche al puente los convertía en pobres y pensaron -paguemos a los pobres para
que vayan a robar por nosotros-. Se hicieron contratos, se establecieron
salarios y porcentajes: naturalmente siempre había ladrones que intentaban
engañarse unos a otros. Pero los ricos se volvían más ricos y los pobres más
pobres.
Había ricos tan ricos que no tuvieron necesidad de
robar ni de hacer robar para continuar siendo ricos. Pero si dejaban de robar
se volvían pobres porque los pobres los robaban. Entonces pagaron a aquellos
más pobres que los pobres para defender sus posesiones de los otros pobres, y
así instituyeron la policía, y constituyeron las cárceles.
De esta manera pocos años después de la aparición del
hombre honesto no se hablaba más de robar o de ser robados sino de ricos y
pobres. Y sin embargo eran todos ladrones.
Honesto había existido uno y había muerto enseguida,
de hambre.
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